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Los niños y las mascotas

29.07.2013 10:35

El papel de la mascota en el desarrollo del niño

Es fácil imaginarse a un peque persiguiendo a su mascota, a cuatro patas, y luego intentando seguirle sobre las dos piernas, para terminar alcanzándolo a la carrera cuando ya es más mayor. Además, el animal de compañía, al contrario que los padres y la sociedad, no hace juicios, no tiene una actitud moral frente al niño. Por eso, el pequeño siente que su compañero está siempre con él, siempre donde debe y cuando lo necesita.

La empatía del animal tiene un efecto positivo en la autoestima del niño. Por último, la mascota también cumple una función como elemento de transición: representa un entorno afectivo que le da seguridad y estabilidad, que le ayuda a pasar del mundo del la primera infancia al mundo más ansiogénico de los adultos. Es la muleta en la que se apoya el niño pequeño tanto psicológicamente como, a veces, incluso físicamente.

El comportamiento del niño con la mascota

Cuando es pequeño, el niño comparte capacidades con el animal de compañía, especialmente porque ninguno de los dos habla y porque, en cierto modo, se encuentran en la misma situación física. Entonces se observan comportamientos de interacción entre ambos. Ello pasa por las miradas fijas (que resultan más fáciles porque el niño es pequeño y se desplaza gateando), las posturas, las entonaciones (balbuceo para el niño, gama de maullidos para el gato), los gestos.

Entre los 9 y los 14 meses, el registro del comportamiento del bebé humano está muy cercano al del animal. Pero, aunque se trate casi de un alter ego en términos de comunicación no verbal, la gran diferencia reside en el hecho de que el animal, especialmente el perro, está mejor dotado que el niño para descifrar lo que su compañero quiere “decirle”. El bebé tiene conciencia de algunas intenciones del animal, pero no es capaz de interpretarlas. Por ello la comunicación entre ambos es muy intuitiva.